El fútbol mexicano está de luto. El fallecimiento de Alberto Onofre, antiguo futbolista de Chivas que sobresalió en la época del Campeonísimo, causó una gran ausencia en el público y en el entorno deportivo. Onofre, quien falleció a los 77 años, formaba parte de una generación llena de talentos.
Hay momentos que resuenan por su trascendencia. La lesión de Alberto Onofre, ocurrida justo antes de su debut en la Copa del Mundo de 1970, marcó un antes y un después en su trayectoria, aunque no empañó la huella imborrable que dejó en el fútbol de México.La Federación Mexicana de Fútbol anunció su fallecimiento mediante un comunicado de pesar.
El origen de un talento forjado en el Rebaño
Alberto Onofre Cervantes nació en Guadalajara, Jalisco, en 1947. Su pasión por el fútbol se manifestó desde su infancia, cuando disfrutaba de juegos con amigos en áreas polvorosas y convertía cada reto en un incentivo para mejorar su técnica. A sus 19 años fue fichado por Javier de la Torre, estratega que impulsó la era dorada del Campeonísimo.
El entrenador confió plenamente en las capacidades de Onofre, lo incorporó a la dinámica de un equipo lleno de estrellas y le dio la oportunidad de debutar en el máximo circuito en junio de 1966, en un partido que lo enfrentó a Tampico. Sus primeras apariciones confirmaron lo que se intuía desde los entrenamientos previos.
Era un futbolista hábil, veloz y con una facilidad notable para enviar pases precisos a los delanteros. Esas cualidades lo convirtieron en un elemento indispensable. Jamás desentonó con la filosofía del conjunto, que siempre exigía entrega absoluta y espíritu ganador.
El atacante joven se ajustó rápidamente al juego en grupo, y en poco tiempo evidenció por qué el equipo técnico depositaba tanta confianza en él.
Un ascenso prometedor en la Liga Mexicana
La carrera de Alberto Onofre adquirió un impulso notorio al cierre de la década de los sesenta. Sus condiciones se convirtieron en el arma secreta para apuntalar al Rebaño como uno de los conjuntos más sólidos del momento.
Era capaz de disparar un balón con precisión de milímetros, y tenía un disparo que podía asombrar a cualquier guardameta. Esa adaptabilidad le concedió un lugar preferente en la alineación líder. La afición lo percibía como un mediocampista innovador, que comprendía la dinámica del juego y brindaba soluciones en la última parte del campo.
Durante la temporada 1969-1970, su personaje ganó más importancia. El equipo consiguió el campeonato de la Liga y, luego, ganó la Copa y el Campeonato de Campeones. Ese triunfo tripartito reforzó la supremacía de Chivas. Onofre fue determinante en diversas situaciones que resultaron en goles memorables.
Sus acciones y su capacidad para desmarcarse establecieron la diferencia en encuentros difíciles. El entrenador tenía fe en su juicio futbolístico y le concedía ideas de última instancia para cambiar la estrategia. Esos momentos de euforia conservan un lugar en la memoria de aquellos que disfrutaron de esa época sublime.
El amargo trago en la antesala del Mundial de 1970
El crecimiento de Alberto Onofre fue tan vertiginoso que muy pronto llamó la atención de la Selección Mexicana. Con 23 años, fue convocado para disputar el Mundial de 1970, realizado en territorio mexicano. Se creía que su intervención en el certamen internacional sería crucial. No obstante, la fortuna no estuvo de su lado.
Durante un entrenamiento, a escasos minutos del final de la práctica, tuvo un choque con Juan Manuel Alejándrez y sufrió una fractura de tibia y peroné que lo marginó de esa Copa del Mundo.
Un desenlace inesperado en su carrera
La fractura representó un punto de fractura. El equipo técnico y el público notaron que su progreso no llegaba a los niveles de los años anteriores. Los médicos limitaron las demandas del jugador, ya que el peligro de una recaída estaba inminente. En ese contexto complicado, Onofre optó por concluir su travesía por el Rebaño.
Se mantuvo la impresión de que el fútbol mexicano perdió a uno de sus talentos más brillantes en el apogeo de su trayectoria, aunque eso no disminuyó el afecto que la afición le tenía. Luego, intentó su fortuna en otros equipos, pero ya no volvió a tener la potencia que lo distinguió a finales de la década de 1960.
En 1978, Alberto Onofre abandonó las canchas y comenzó una empresa familiar, apoyada por la experiencia obtenida tanto en el campo como fuera de él. El respeto que le profesaban compañeros y adversarios permaneció inalterable, y su nombre continuaba resonando en conversaciones nostalgicas, cuando los aficionados rememorábamos a los ídolos del fútbol nacional que impactaron con su calidad y su coraje.
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