Cdmx.-Las profundidades del mar de Nápoles, en el sur de Italia, guardan un fascinante tesoro arqueológico: los restos de la antigua ciudad de Baia. Hace dos milenios, Baia era el destino vacacional preferido de los romanos más adinerados. Sus lujosas villas, termas y mosaicos terminaron sumergidos en las profundidades marinas debido a un lento y constante fenómeno volcánico.
Con reminiscencias de la legendaria Atlántida, la rica y esplendorosa Baia fue tragada por el mar, pero los vestigios de su antigua gloria aún se pueden observar a cinco metros bajo las olas cerca de Pozzuoli, aunque sea necesario ponerse un traje de buzo para hacerlo.
«Estas estructuras requieren atención constante. Estamos hablando del mayor yacimiento sumergido del mundo en un contexto delicado», señala Fabio Pagano, director del Parque de los Campos Flégreos, haciendo referencia a la intersección de la actividad marina y volcánica.
Durante el final de la era republicana de Roma, en el siglo I a.C, Baia se convirtió en uno de los lugares de vacaciones favoritos de los patricios, gracias a su ubicación dentro de un cráter de terreno volcánico intensamente activo, que los griegos llamaron «flégreo» (ardiente).
Sin embargo, a mediados del siglo IV d.C., los habitantes de las mansiones de Baia notaron que el suelo empezaba a hundirse y el mar avanzaba, un fenómeno conocido como «bradisismo». Este lento descenso obligó a los patricios a abandonar sus propiedades, que acabaron en el fondo del mar hacia el año 650 d.C.
Hoy en día, las ruinas de Baia, situadas a unos quinientos metros de la costa, están protegidas. Solo se puede acceder con empresas autorizadas para bucear entre las ruinas, ofreciendo un viaje único a través del tiempo, entre mosaicos, termas y antiguas villas.
A pesar de su ubicación sumergida, Baia podría, paradójicamente, resurgir algún día debido a su actividad volcánica. «La tierra se está elevando, en menos de diez años ha crecido un metro», afirma Pagano.
Por ahora, Baia continúa cautivando a aquellos que se sumergen en su pasado, un testimonio de la antigua Roma y una vívida lección de cómo la actividad volcánica puede moldear y remodelar nuestras ciudades.
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