Cuando Donald Trump decidió nombrar a Ron Johnson como su embajador ante México, no fue un simple ajuste en la maquinaria diplomática de Estados Unidos. Más bien, se trata de un movimiento calculado, que podría reconfigurar las relaciones entre ambos países de maneras impredecibles. Johnson no es el típico diplomático con trajes de tres piezas y sonrisas diplomáticas.
Es un hombre curtido en la guerra, un veterano con más de 40 años de experiencia en operaciones militares, que ha atravesado el mundo con la misión de imponer la política exterior de su país con mano firme —y a menudo, sin miramientos. La cuestión es que, en su nombramiento, hay algo mucho más grande que un simple embajador; hay un signo de advertencia.
Un hombre que conoce bien el terreno de las intervenciones extranjeras, el narcotráfico, la lucha contra el terrorismo y, por supuesto, la inmigración. Y lo que está en juego, al final del día, podría ser más que comercio o seguridad. Se trata de un ajuste estratégico que podría sacudir hasta los cimientos mismos de las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos.
El peso de la historia militar
Si bien muchos hablan de Ron Johnson como un diplomático, su carrera está mucho más marcada por la guerra. A lo largo de su vida, ha sido parte de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, esos soldados entrenados para la guerra no convencional, la lucha contra el terrorismo y el rescate de rehenes.
Durante años, Johnson ha operado en el corazón de las crisis internacionales, sumando una vasta experiencia en el terreno —en países como El Salvador—, donde las intervenciones se miden en términos de supervivencia política, económica y social.
Aquel que trabajó bajo la sombra de los conflictos, quien arriesgó su vida en misiones peligrosas, ahora lleva una pluma con la que podría trazar las líneas de las políticas migratorias y de seguridad entre dos naciones clave. En este contexto, el nombramiento de Johnson va más allá de la diplomacia tradicional.
La migración, el dolor de cabeza de Trump
La migración, sin lugar a dudas, será uno de los pilares fundamentales en la agenda de Johnson. Para muchos, la migración es un reto humanitario y un tema de derechos.
Para Trump, y especialmente para su embajador, la migración es un problema que debe solucionarse con medidas tajantes, incluso drásticas. La designación de Ron Johnson llega justo cuando las políticas migratorias de la administración Trump parecen estar a punto de dar otro giro.
Uno de los primeros movimientos de Johnson al tomar el cargo podría ser el reforzamiento de medidas más agresivas en la frontera. Un endurecimiento —y en el corazón de esta jugada— podría ser la implementación de más barreras, controles más estrictos y una mayor cooperación con las fuerzas policiales mexicanas para frenar el flujo de migrantes centroamericanos.
Esto no es solo una amenaza en el aire. La experiencia de Ron Johnson, sobre todo en El Salvador, habla por sí misma.
¿Un peligro para los derechos humanos?
Ron Johnson no es un desconocido para las controversias. En su historial, se encuentran operaciones militares en las que se le ha señalado por apoyar regímenes cuya conducta ha sido, al menos, cuestionable.
Durante su tiempo en El Salvador, la crítica llegó desde varios frentes: por un lado, organizaciones de derechos humanos denunciaron que sus intervenciones, lejos de ser un salvavidas, eran más bien una fórmula para fortalecer regímenes autoritarios dispuestos a violar derechos fundamentales.
Si su historial en El Salvador sirvió de advertencia, ¿qué esperar de su llegada a México? Las políticas de represión y control del inmigrante se ven hoy como una posible estrategia, una que podría intensificar las tensiones entre ambos países.
Con el riesgo de que —y en el fondo de este movimiento— México se vea forzado a aceptar, por miedo o por presión económica, nuevas políticas migratorias que no solo sean perjudiciales para su soberanía, sino también para las comunidades más vulnerables.
Un cambio de enfoque en la diplomacia
En el contexto más amplio de la diplomacia, el nombramiento de Ron Johnson también marca un cambio de enfoque radical. Se trata de un hombre cuya forma de trabajar nunca ha sido “amistosa” ni neutral. La política exterior, tal como la entiende Johnson, es una cuestión de estrategia militar y económica, más que de negociación y cooperación.
Un embajador de esta calaña no está aquí para hacer amigos; está aquí para garantizar que Estados Unidos se lleve lo que considera su derecho, incluso a costa de la estabilidad política de su vecino. Y en ese sentido, México podría ver su relación con Estados Unidos transformada en algo mucho más tenso y conflictivo.
Si la administración Trump en su conjunto optó por políticas de choque, es probable que Johnson sea el encargado de llevar esas políticas a un nivel completamente nuevo, donde la diplomacia pase a ser un mero instrumento para imponer la voluntad estadounidense.
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