La historia de las disputas sobre los nombres de los territorios no es nueva. Desde tiempos remotos, los mapas han sido objeto de alteraciones que encienden pasiones nacionales y en muchos casos, alteran las relaciones internacionales. Tradicionalmente, Estados Unidos se ha mostrado como un árbitro prudente ante este tipo de controversias. Y la más actual es sobre el supuesto “Golfo de América”.
Ha dejado que otras naciones resuelvan sus diferencias, en lugar de involucrarse directamente. Sin embargo, la postura del gobierno de Donald Trump en este terreno parece desafiar esa tradición. Y no se trata de una cuestión trivial, no.
En una movida que podría reconfigurar la geopolítica de la región, el presidente estadounidense decidió que el Golfo de México ya no debería llamarse así. En su lugar, propone un nombre más patriótico: “Golfo de América”. — Una jugada arriesgada, ¿verdad? — Un giro inesperado, incluso para muchos de sus seguidores más acérrimos.
Un cambio simbólico, pero cargado de implicaciones
Trump ha afirmado que el Golfo de México es “parte indeleble” de Estados Unidos. Un punto clave para la producción de petróleo, la pesca y, por supuesto, un atractivo turístico para los estadounidenses. Esta declaración, que surgió en una orden ejecutiva poco después de su investidura, no tardó en generar polémica, y no solo en México.
En su discurso, Trump no solo renombró el Golfo de México, también subrayó su importancia económica para la nación. Desde la Guardia Costera hasta el gobernador de Florida, Ron DeSantis, varios funcionarios han adoptado ya el término «Golfo de América» en diversos contextos.
No obstante, — y esta es la parte interesante —, esta denominación aún carece de peso fuera de los Estados Unidos, y el resto del mundo parece no tomarla tan en serio.
En el mundo marítimo, el ecologista Andrew Thaler calificó de “muy tonta” esta iniciativa. Para él, un presidente estadounidense puede cambiar los nombres de lugares dentro de su territorio, pero el Golfo de México es un cuerpo de agua internacional, compartido por varios países.
¿Qué quiere decir esto? Que no existe un precedente en el que un presidente de Estados Unidos haya logrado imponer un nombre para un sitio geográfico de esta magnitud. Un intento de renombrar todo el Golfo de México no sería más que un gesto simbólico — y como bien sabe Trump, esos gestos tienen un poder formidable en el contexto interno.
México responde: “América mexicana”
Como era de esperarse, la respuesta de México no se hizo esperar acerca del supuesto “Golfo de América”. La presidenta Claudia Sheinbaum, en un acto de soberanía simbólica, propuso en semanas pasadas llamar a los Estados Unidos «América mexicana». Su argumento se basa en un mapa histórico que data de antes de 1848, donde América del Norte era referida con este nombre.
— El Golfo sigue siendo el Golfo de México para nosotros, y para el resto del mundo —, insistió Sheinbaum, dejando claro que México no tiene intenciones de ceder en esta disputa.
A nivel internacional, el panorama se complica aún más. La Organización Hidrográfica Internacional, una institución de la ONU creada para estudiar los océanos, sigue siendo la entidad más cercana a una autoridad global sobre la nomenclatura de los mares.
Pero incluso en este ámbito, la batalla no parece resolverse de inmediato. Naciones Unidas también tiene su grupo de expertos en denominaciones geográficas, que se reunirá próximamente para discutir estos temas.
La respuesta global: entre el escepticismo y la crítica
La cuestión, por supuesto, va más allá de los límites de los dos países involucrados. Martin H. Levinson, presidente emérito del Instituto de Semántica General, cuestiona el capital político que Trump invertirá en una causa que parece más bien simbólica.
“¿De verdad quiere presionar por algo tan insignificante como esto?”, se preguntó Levinson. Es difícil decir si Trump está buscando una victoria diplomática real o si, como en muchos otros aspectos de su carrera política, la intención es movilizar a su base interna con una causa patriótica.
Si bien otros países no adoptarán el nombre de «Golfo de América», Google Earth podría ceder en este sentido, como lo hizo en otras disputas menores de nomenclatura.
— ¿Qué importancia tiene realmente este cambio de nombre? — El propio Trump parece estar consciente de que su propuesta no cambiará el curso de la historia, pero sí puede generar un impacto mediático importante dentro de sus fronteras.
El renombramiento: Una táctica de geopolítica del espectáculo
Lo que está claro es que el renombramiento del Golfo no es solo una cuestión de geografía. Según Gerry Kearns, profesor de geografía en la Universidad de Maynooth, esta medida entra dentro de lo que él denomina la «geopolítica del espectáculo».
La geopolítica de Trump, desde su perspectiva, busca reafirmar el poder de Estados Unidos sobre ciertos territorios, mostrando una clara inclinación hacia una política expansionista. De alguna forma, este intento de controlar la denominación de un cuerpo de agua internacional refleja una postura de poderío global — una nueva doctrina Monroe, tal vez.
El acto de nombrar, en su visión, tiene el poder de dominar, de afirmar soberanía sobre áreas no necesariamente bajo control absoluto. Las denominaciones, como argumenta Kearns, solo tienen peso si son aceptadas por todos. Imponer un nombre, incluso con el respaldo de una orden ejecutiva, no cambia la naturaleza compartida de un espacio como el Golfo de México.
Al reclamar el derecho de forzar una denominación, Trump intenta afirmar lo que considera su «derecho soberano» sobre un cuerpo de agua que, en términos prácticos, no es de su exclusiva propiedad.
— ¿Realmente puede un nombre cambiar la esencia de lo que representa un lugar? — No lo sabemos con certeza. Sin embargo, lo que queda claro es que las aguas del Golfo de México seguirán siendo tan internacionales como siempre, independientemente de lo que diga Washington.
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