El mundo del tenis está lleno de historias de superación, aunque pocas alcanzan el nivel de fortaleza y optimismo que rodea a la canadiense Gabriela Dabrowski. — La jugadora, de 32 años, guardó un secreto que pocos podían imaginar mientras alzaba trofeos, disputaba partidos de alto voltaje y celebraba victorias con una sonrisa que escondía más que simple alegría —.
Durante los últimos meses, mientras defendía la bandera de su país en torneos de renombre, luchaba contra un enemigo silencioso: el cáncer de mama. Aquel día en París 2024, su rostro irradiaba felicidad al recibir la medalla de bronce en dobles mixtos junto a Felix Auger-Aliassime. Su lenguaje corporal transmitía determinación. Su forma de reír ante las cámaras reflejaba orgullo y compromiso.
Nadie, fuera de su entorno más cercano, tenía la menor pista de lo que sucedía a nivel personal. Las redes sociales se colmaban de elogios por el éxito obtenido, e incluso algunos la bautizaban como una inspiración para nuevas generaciones de deportistas.
Un silencio cuidadosamente guardado
Por deseo propio, la canadiense no había compartido entonces la noticia de su diagnóstico. No deseaba que su trayectoria deportiva se viera eclipsada por la compasión pública o por la constante pregunta de su estado de salud.
— Ese silencio le permitía, en parte, concentrarse con más fuerza en los entrenamientos y en la competencia —. Sin embargo, enfrentaba una realidad compleja: someterse a tratamientos oncológicos mientras cumplía con una agenda exigente, viajaba de un torneo a otro y atendía a compromisos publicitarios.
En medio de todos esos desafíos, Dabrowski siguió sumando éxitos: se adjudicó el título de las WTA Finals en Riad junto a su compañera, Erin Routliffe, y disputó la final de Wimbledon, uno de los escenarios de tenis más prestigiosos del planeta.
Entre tanto ajetreo, su secreto se mantenía en la sombra, cubierto por aquella faceta competitiva y tenaz que la ha caracterizado siempre.
El hallazgo inesperado
Meses atrás, la atleta había notado un pequeño bulto en su seno izquierdo. Inicialmente, un médico le restó importancia, pues creyó que no representaba algo urgente. La calma aparente duró un año, hasta que el bulto creció, despertando una genuina preocupación.
En abril, Dabrowski se sometió a una biopsia en el Advent Health Hospital de Wesley Chapel, Florida. El resultado fue el que nadie quiere escuchar: cáncer de mama. — Sus palabras reflejan el impacto que tuvo aquella noticia — : “Son términos que jamás esperas oír, y en un pestañeo tu vida, o la de un ser querido, se sacude por completo.”
El diagnóstico trastocó por completo su universo. No obstante, decidió canalizar su consternación en forma de fuerza interior. Tomó la decisión de seguir adelante con su carrera, aunque sin revelar nada a sus seguidores, a la prensa deportiva o a sus oponentes.
Transformación de su mentalidad
La canadiense confesó, a través de un mensaje en redes sociales, que se había aferrado a un pensamiento poderoso: “Cuando la amenaza de perder todo por lo que había trabajado apareció como una posibilidad tangible, entonces comencé a valorar auténticamente lo que tenía.” Esa reflexión permitió un cambio radical en su perspectiva.
Dejó atrás la idea de “tengo que hacer esto” y abrazó un nuevo mantra: “Puedo hacer esto.” Poco a poco, encontró estímulos para cada día de entrenamiento, para cada viaje largo en avión, para cada sesión de quimioterapia o para cada aparición pública.
Se aferró a la motivación y comenzó a ver en la cancha un espacio de liberación, un refugio ante la adversidad. — Su juego se llenó de matices emocionales —, con una garra alimentada por la consciencia de lo frágil que puede ser todo en un abrir y cerrar de ojos.
Éxitos sin alardes
Durante la fase más dura de su tratamiento, Dabrowski compitió como si nada sucediera. La victoria en las WTA Finals de Riad fue uno de los momentos cumbre: no solo alcanzó un logro de relevancia mundial, también liberó una dosis inmensa de confianza.
Contrario a lo que podría esperarse, no dio señales de cansancio extremo ni bajadas de rendimiento en las pistas. Incluso lució más decidida que nunca, manteniendo un temple que a veces intimidaba a sus rivales.
Cuando se alzó con la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de París, su sonrisa brilló con todavía más intensidad. Posó para las cámaras, saludó al público y sostuvo la presea con un orgullo que iba más allá del mero reconocimiento deportivo.
Cambios en la forma de ver el tenis
La propia Dabrowski expresó lo decisivo que fue entender el alcance real de su tratamiento y los posibles efectos secundarios. Manifestó que, desde que comprendió el mapa completo de su enfermedad y de la terapia, ha podido equilibrar mejor su rutina diaria.
Aseguró que los rigores de la competencia profesional y las exigencias de un calendario internacional resultan más tolerables cuando uno adopta la filosofía de apreciar cada momento y cada segundo de salud. — La deportista también enfatizó cuán importante fue la detección temprana para sus posibilidades de recuperación —.
Incidió en el hecho de que muchos casos se complican por no ser detectados a tiempo. Su testimonio, de acuerdo con ella, busca motivar a más personas a realizarse autoexámenes frecuentes y a confiar en su intuición cuando algo parece fuera de lugar.
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