El reloj marcaba las primeras horas del sábado cuando el presidente Joe Biden estampó su firma en un documento que, hasta minutos antes, pendía de un hilo. Con ese gesto se evitó un cierre de gobierno que amenazaba la estabilidad de miles de trabajadores federales en vísperas de las vacaciones de fin de año.
La ley firmada prolonga la financiación hasta mediados de marzo y, según la Casa Blanca, inyecta más de 100 mil millones de dólares para asistir a las víctimas de desastres naturales y a los agricultores.
La tensión en Washington se sentía a flor de piel desde hace días, porque dos planes de gasto previos se habían venido abajo bajo el fuerte influjo del presidente electo Donald Trump y de un aliado multimillonario, Elon Musk.
El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, se encontró atrapado en un juego de presiones donde cada paso parecía empujarlo a un laberinto. Al final, la propuesta aprobada atravesó el Senado con 85 votos a favor y 11 en contra, sellando un rescate de último minuto para las agencias federales que ya habían empezado a notificar a los empleados sobre posibles suspensiones.
Eñ cierre de gobierno: Una señal de alivio temporal
La ley de presupuesto, sin embargo, no elimina las complicaciones en el largo plazo. El texto amplía la vida de los fondos gubernamentales hasta el 14 de marzo, fecha en la que el control del Ejecutivo habrá cambiado de manos y la discusión sobre las prioridades de gasto recaerá directamente en Trump.
Distintos observadores apuntan que el nuevo mandatario recibirá una plataforma donde reordenar el panorama presupuestal a su antojo, por lo que los demócratas afrontarán un escenario desfavorable para imponer políticas que consideren esenciales.
Johnson —instalado en la presidencia de la Cámara tras negociaciones que parecían interminables— protagonizó semanas convulsas. Primero, intentó sacar adelante un acuerdo bipartidista que había coordinado con la oposición, convencido de que era la forma más rápida de evitar la parálisis.
No contó con el rechazo que se desató cuando Trump y Musk reprocharon duramente el proyecto en redes sociales, reproche que fracturó de inmediato el bloque republicano.
Tensión política y naufragio de planes anteriores
La escena se tornó más dramática el miércoles, cuando algunos diputados republicanos giraron su postura y boicotearon una versión renovada de la propuesta presupuestaria. Al parecer, la demanda de Trump de aumentar o suprimir el límite de deuda nacional era innegociable. Sin ese elemento, el presidente electo acusaba a Johnson de “rendir” la soberanía fiscal de la nación.
Como resultado, 38 conservadores dieron la espalda al intento de cierre de gobierno, lo que ahondó la brecha en la facción republicana. En un giro inesperado, Musk declaró su apoyo al texto reformulado en la Cámara cuando se retomó la votación, afirmando —con cierta ironía— que se trataba de una “iniciativa que pasó de pesar libras a pesar onzas”.
Ese empujón mediático reforzó la imagen de Johnson e impulsó a otros legisladores a aceptar, en principio, la versión final. Para cuando la decisión llegó al Senado, el clima de urgencia hizo que la mayoría cediera para apartar la amenaza de cierres e impagos en la administración pública.
Un cierre que pudo ser caótico
Si Biden no hubiera firmado la ley para evitar el cierre de gobierno, se habrían quedado sin fondos al borde del fin de semana, un momento crítico porque muchas oficinas federales preparan sus recesos para las fiestas decembrinas.
Varios departamentos habrían tenido que suspender al personal de manera indefinida, mientras los servicios de seguridad, control de tráfico aéreo y vigilancia fronteriza habrían seguido en marcha, aunque sin pagar salarios hasta que se destrabaran los recursos. Miles de familias temían quedar en un limbo económico justo en la época más comercial del año.
Aunque la práctica indica que, una vez superada la crisis, se reembolsa el sueldo a los trabajadores en suspensión, no deja de provocar angustia y caos. Por eso, el acuerdo alcanzado in extremis se vive como un bálsamo que, al menos por unas semanas, aplaza la inestabilidad que pendía sobre sus cabezas.
Límites de la influencia de Trump
La presión que ejerce el presidente electo Donald Trump sobre sus correligionarios quedó de manifiesto, pero también se vieron los frenos que impone el propio sistema legislativo. La fragmentación del Partido Republicano, donde conviven conservadores tradicionales y seguidores radicales de la agenda trumpista, dificulta la adopción de posturas unánimes.
Esa dualidad se evidenció cuando, a pesar del interés de Trump por introducir modificaciones en el límite de la deuda, una fracción considerable de republicanos se negó a obedecer. Al final, las exigencias de recortes fiscales o de topes a la deuda no tuvieron cabida en la ley aprobada.
Quedó un documento más pragmático, orientado a evitar el colapso y a garantizar fondos mínimos para mantener en marcha las operaciones. El mensaje, no obstante, está claro: en marzo, con Trump ya en el Despacho Oval, la visión presupuestaria podría redefinirse a gran escala, alterando proyectos sociales o de infraestructura que no encajen en la nueva línea.
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