Este 10 de enero de 2023 se cumplen 34 años del bazucazo que permitió a un grupo elite de militares (apoyando a la PGR) entrar a la casa del ex cacique sindical petrolero, Joaquín «La Quina» Hernández Galicia y en pijamas llevarlo preso a la Ciudad de México, acusado de acopio de arma, entre otros delitos.
El sorpresivo hecho, al arranque del régimen del presidente de origen priista Carlos Salinas de Gortari fue un duro golpe y el inicio del desmantelamiento de los cacicazgos que representaban una pesada loza para el desarrollo económico del país.
Carlos Salinas de Gortari, llegó muy devaluado a la toma del poder, luego de una cuestionada elección de 1988 que gracias a las artimañas de Manuel Bartlett Díaz en la Secretaría de Gobernación con su «caída del sistema electoral», allanó el camino para superar al fuerte opositor Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, del Frente Democrático Nacional.
«La Quina», que tradicionalmente apoyaba a los candidatos priistas, mostró en campaña sus diferencias con Salinas y coqueteó públicamente con el gallo de la izquierda a quien respaldó pues se trataba del hijo del General Lázaro Cárdenas, impulsor de la expropiación petrolera.
Con «El Quinazo», Salinas de Gortari no solo cobró la afrenta, sino que fue el golpe político que le permitió el alineamiento de todas las estructuras del arcaico sistema y a partir de entonces ejerció con fuerza su mandato.
El impacto de la caída y encarcelamiento de Joaquín Hernández Galicia tuvo unas semanas de presión política en Madero, la cuna del «quinismo» y en otras regiones petroleras del país, pero paulatinamente se fueron apagando.
Se puso fin a cerca de 40 años de un cacicazgo chicharronero que tuvo dos caras, por un lado el saqueo de PEMEX y por el otro, la ayuda a los pobres, al estilo de la vieja novela radiofónica de «Chucho El Roto»
La desaparición de Hernández Galicia del sindicalismo y de la política regional, especialmente de Tamaulipas, dejó muchos «huérfanos» y a la propia zona en la orfandad.
Recordemos que demás del control férreo del Sindicato Petrolero donde ponía y quitaba los dirigentes nacionales y seccionales, también definía desde una regiduría, diputación, alcaldía e incluso opinaba y hasta tenía el derecho del veto en la gubernatura.
Por un tiempo corto, los beneficiarios del malestar popular contra el régimen Salinista y priista fueron sus hijos Juan y Joaquín Hernández Correa, que se convirtieron en alcaldes de Madero por el PRD , con gobiernos de más penas que glorias, pues nunca estuvieron a la altura de la expectativa social.
A la vuelta de 9 años que duró el encierro de «La Quina» y luego de dos años de libertad en Morelos, (pues no debía pisar Tamaulipas), ya muy diezmado de poder y salud, Joaquín Hernández Galicia regresó a Madero y en gratitud al gobierno panista que le permitió el retorno, su familia se olvidó de la izquierda y viró a la derecha.
Del emporio político, sindical y económico que forjó el extinto cacique, no queda prácticamente nada. Solo el romanticismo de su nombre y los recuerdos malos para muchos y buenos para otros, de su gestión sindical.
Sebastián Guzmán Cabrera, el sucesor y después Carlos Romero Deschamps, fueron agachones y se dedicaron a sangrar el erario de PEMEX con canonjías personales y de sus élites sindicales, pero nunca penetraron al terreno político ni social de las regiones petroleras del país.
Tan desmantelada está la infraestructura del quinismo, que la propia Refinería de Ciudad Madero, casi era el puro cascarón, hasta hace poco entró al rescate en los últimos años el gobierno izquierdista de López Obrador.
La herencia política que pudiera haber prendido en sus hijos Juan y Joaquín fue malgastada e hipotecada en la primera alternancia en el gobierno del estado con el PAN de Francisco García Cabeza de Vaca, que se convirtió en el peor gobierno que ha tenido Tamaulipas. Joaquín fue diputados y férreo defensor del reynosense.
Tampoco han surgido en esa importante región del sur de Tamaulipas nuevos liderazgos de peso o de pesos.
De lo que un día fue el liderazgo o cacicazgo quinista que alimentó al llamado «Sólido Sur», no quedan ni la sombra.
En esta nueva época han sido los gobernadores quienes meten las manos para las definiciones políticas en los municipios de Tampico, Madero y Altamira.
Y hasta para sacar raja económica con el control de la obra pública. Algunos se despacharon con la cuchara grande.
El vacío de poder es enorme.
Treinta y cuatro años de esas historias.
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